El sistema ganadero conservacionista que Uruguay le mostró a la ONU

Aunque la ganadería es señalada, por algunos, como una de las culpables del cambio climático, el productor uruguayo Esteban Carriquiry muestra todo lo contrario.  Él hace ganadería exclusivamente sobre campos naturales, fomenta la recuperación de la biodiversidad y exporta carne de alto valor al mercado europeo.

En síntesis, el esquema de la empresa familiar de Carriquiry es el siguiente: cuentan con dos campos (1.359 hectáreas propias más 470 hectáreas alquiladas), en uno hacen la cría y en el otro hacen la recría y la invernada de las hembras. En total tienen 700 vacas de cría de las cuales salen unos 550 animales por año. Los machos se recrían hasta los 350-400 kilos y se venden para que otro los termine, las vacas de descarte se venden con 470-480 kilos y algún grupo de vaquillonas excedentes se preñan con Aberdeen Angus y se venden preñadas.

“Es un sistema productivo basado cien por ciento en campo natural. La carga es de una unidad ganadera por hectárea y la productividad por hectárea es de 130-150 kilos, es bastante estable”, comentó.

Carriquiry es ingeniero agrónomo y además de productor es asesor, investigador y pasó por la función pública. Una de las cuestiones que rescata al hablar del manejo que realiza en su empresa es que su familia está vinculada con esos campos desde hace seis generaciones y que siempre tuvieron “una particular preocupación por la conservación de los recursos naturales”. De hecho, uno de sus hermanos es observador de aves, y a través de él se empezaron a vincular con la Alianza del Pastizal, que reúne a productores con organizaciones conservacionistas tras el objetivo de producir conservando.

“Hemos apostado al pastoreo racional. Ocupaciones cortas, descansos prolongados, dejar remanentes adecuados, darle prioridad a algunas categorías y buscar una producción bastante estable”, dijo.

En el sistema, obviamente el agua también es una preocupación. “Hemos sustituido las aguadas naturales por bebederos… Las aguadas o tajamares, pequeñas represas, están cercadas con alambrados y el agua se distribuye en bebedero aguas abajo de la reserva, apostando a mantener el agua limpia y a mantener la biodiversidad en torno a la aguada”, explicó.

Hace poco, Carriquiry mostró su forma de producir ante la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), buscando aportar matices al debate global sobre el impacto ambiental de la ganadería. Allí contó que, en los últimos años, en su campo plantaron unos 5000-6000 árboles nativos tratando de hacer montes de sombra y abrigo para la hacienda a la vez que se protege la biodiversidad.

Para potenciar el impacto de sus propias prácticas y empoderar a los otros productores, en 2014 Carriquiry fundó junto a otros colegas la Asociación Uruguaya de Ganaderos de Pastizal (AUGAP), que hoy ya tiene más de 150 miembros activos, vinculando la conservación de campos naturales, la producción y la aplicación de técnicas regenerativas.

También participa del protocolo regional Carne de Pastizal. “El 50 por ciento mínimo tiene que ser campo natural y se permite la suplementación estratégica, pero no el confinamiento. Eso nos permitió participar de la exportación de carne de calidad a Europa. Hace tres años, a razón de un container por mes, estamos enviando a Europa carne para food services, restaurantes y hoteles. Van a Holanda y desde ahí se distribuye a toda Europa”, explicó, y agregó: “Pensamos que la demanda de carne que conserva los recursos y la biodiversidad está empezando a tener un lugar en la decisión de la gente”.

Además, mediante un proyecto financiado por el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) de bienes públicos regionales, adoptaron una herramienta de medición de un índice de contribución a la conservación de pastizales naturales, elaborado por el reconocido investigador argentino Ernesto Viglizzo. “Creemos que es una herramienta buena que se puede aplicar masivamente”, aseguró.

Luego explica que el índice se llama ICP y además de medir la proporción de campo natural que hay en cada establecimiento, mide el estado de conservación, tomando en cuenta la presencia de especies de valor forrajero, penalizando la presencia de especies exóticas y valorizando la variabilidad y estructura de la vegetación, que está muy vinculada a la biodiversidad. Además repara en las áreas que no son pastizal y les da una valoración diferente según se trate de pasturas permanentes, verdeos, cultivos, forestación, qué tipo de forestación, si hay una rotación agrícola… “Toda esa información da como resultado un índice que va de cero a cien en el que el cero es un establecimiento que no aporta en nada a la conservación y cien es uno que aporta el máximo”, indicó.

De esta manera, con creatividad, información y visión de futuro, la ganadería regional puede adaptarse a las demandas y dejar de ser un problema para ser parte de la solución.

Fuente: Clarín.

Compartir:

Share on facebook
Facebook
Share on twitter
Twitter
Share on whatsapp
WhatsApp
Share on email
Email

Add a Comment

Your email address will not be published. Required fields are marked *

Boletín

Suscribite a la Revista Digital

No enviamos spam ni material irrelevante.

Redes Sociales

Mirá más

Posteos relacionados